sábado, 6 de octubre de 2007

UN CLÁSICO ARGENTINO

Mañana se escribe un nuevo capítulo, una nueva página de lo más hermoso que puede dar el fútbol y el deporte argentino: el Superclásico. Boca y River vuelven a chocar reeditando como cada campeonato, como cada año el partido “aparte”, “único”, el que vale un campeonato para el hincha, el que genera que las calles de Buenos Aires se detengan por dos horas y el que genera, por sobre todas las cosas, que una franja horizontal vibre a través de la radio o la TV, con esa pasión inexplicable que genera olvidarse por dos tramos de 45 minutos de absolutamente todo lo que rodea a la vida de una persona promedio.

Este es el evento especial que hace que el presidente de la Nación deje de ser el centro de atención, que la inflación no importe, todo por un tramo que dura apenas dos horas. Los 22 protagonistas de esta historia se hacen más importantes que nada, sin que ellos se lo propongan y en muchos casos sin que ellos se den cuenta. Este partido genera que se hable de millones de estadísticas, que se recuerde este mismo evento en otros años, que cada uno de nosotros recordemos nuestro primer clásico en un estadio o frente a la tele, cuando comenzamos a criar un corazón azul y oro que inexplicablemente hace que se tenga un rechazo extremo por esa franja roja que no entendemos como hay gente que elige. Todo se resume en lo que habitualmente llamamos folclore del fútbol, que es el aporte sano del hincha ingenioso, del hincha del corazón que transpira la camiseta más que los jugadores para pagarse esa entrada al paraíso (cuando es en La Bombonera) o para acompañar al estadio innombrable al plantel, para que siempre pero siempre se sientan locales.

Hoy hay 22 nuevos protagonistas, algunos con historia en este tipo de partidos, otros que no. Lo cierto es que de esta vereda solo se pide la garra, el corazón y el triunfo, ese triunfo que hace que la semana de la mitad más uno del país sea un poco (o mucho) más feliz. Los problemas en ese rato pasan sola y exclusivamente por si la pelota pasa la línea de cal del equipo archienemigo, del rival a vencer y cuando ocurre, el alma estalla en ese grito sagrado del fútbol llamado gol. Por estar de este lado, nos toca desear que a Palermo le falte uno o dos menos para alcanzar a Varallo, que Palacio apile rivales o que se produzca algún milagro de clásico llamado Morel, Maidana o como sea, lo importante es que la camiseta que la meta sea azul y amarilla.

Para cerrar este pensamiento del evento más importante del deporte argentino, solo resta decir que más allá de la camiseta que uno ame, lo importante es la aceptación y la tolerancia, cosa que no rige en el fútbol de nuestros días. Ya se habla de conflictos internos graves en ambas parcialidades. Esperemos que solo quede en rumores y que mañana a las 14 en un lleno Monumental veamos un espectáculo de fútbol y que el lunes las oficinas estén pintadas con los colores de la pasión xeneize.

RODRIGO CASTRO

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